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Francisco Garamona

 

Pienso en esas mujeres de pueblo,
nacidas en espacios circundados,
a una región, a un sitio, a una familia,
que cruzan altivas calles de barro o tierra,
caminando en puntas de pie 
para preservar la limpieza del calzado, 
con la cabeza repleta de pensamientos circulares,
mientras van al trabajo o a estudiar,
temprano en la mañana o bordeando la tarde,
o incluso ya de vuelta de sus obligaciones, 
esperando en un parador el colectivo 
que las lleve o las traiga,
sobre la misma ruta 
que conocen desde siempre... 
Todos los días así, 
al despertarse, 
polvo de canela
miel y menta,
suave estera,
olor a caucho mojado,
o de papel y tinte.
Cada una a su misión,
cada misión a su una.
Van hablando solas, ansiosas, practicando
modos de interceptar su nueva vida. 
Con las manos tocando
alguna flor secreta
al pasar frente al jardín
de una casa vecina.
Cuántas formas de intercambio,
risas ligeras, arrepentimientos,
confusión y súbita alegría, 
arrojo de sus ojos 
sobre las cosas próximas,
obsesionadas por pura exaltación,
horror o simpatía. 
La juventud se define
de maneras ambiguas.
Y a veces la libertad nimba el misterio
del fracaso.
Estoy enamorado de una maestra, 
que usa un delantal que es una nube 
y que seguro ahora mira el cielo,
donde un rayo saca punta a su lápiz,
y la pluma de una gallina negra
cosquillea sus pestañas
mientras busca dormir.

​

Sensibilidad al mango. Tan infrecuente en la poesía que se está escribiendo, seguramente porque no es nada fácil darle lugar sin derrapar en el sentimentalismo o la pavada o, peor, en el guiño a las lecturas más perezosas, menos dispuestas a extrañarse. Pero evitar los caminos por dónde uno puede desbarrancar es al fin y al cabo una autolimitación, y puede convertirse en costumbre, exceso de seguridad, insignificancia. ¿Y si nos permitimos en serio, a fondo, dejar que se abra esa disposición atenta y amorosa hacia el mundo y los seres del mundo, pero en serio, con todo lo que habilita de inesperado, irresoluble y contradictorio? Escribir podría ser, entonces, captar pequeños detalles emotivos, reverberaciones del alma, y tratar de encontrar las palabras que puedan ser habitadas por todo eso, no para “decirlo” o “contarlo” sino para ser ellas mismas, las palabras, materia sensible, apta para que la sensibilidad de uno, el lector, la disfrute, animadas, débiles, felices de existir. La sensibilidad, en este poema de Francisco Garamona, es revelación.

 

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