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José Watanabe

 

El guardián del hielo

 

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

​

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

 

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

​

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

.....
Somos eso, al fin y al cabo, ¿no? Cuidadores de lo que se deshace. Mejor amar rápido en el ardiente y perverso reino que habitamos, bajo el sol. Eso, dice "El guardián del hielo", es cumplir con la vida. Algo que suelo encontrar en la poesía de José Watanabe --un buen motivo para ir a buscarla-- es el preciso y discreto modo en que a uno lo mete en una situación concreta, lo lleva a ir experimentando algo, casi físicamente, que nada tiene de extraordinario, que se vincula simplemente al vivir, hasta que así, naturalmente, como un desprendimiento inevitable, aparece algo así como una enseñanza, un atisbo de sabiduría. El valor alegórico tácito, nada forzado, propio de la situación misma, casi inevitable, que adquiere a veces la sencilla experiencia de vivir cuando uno la vive con los sentidos y la mente disponibles: agradezco a la buena poesía que nos dé en ocasiones ese placer.

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