Francisco Urondo
Dame la mano
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Cuando arda el amor,
no estaré a tu lado,
estaré lejos.
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Será por cobardia,
Por no sufrir,
Por no reconocer que no supe
Cambiar todo esto.
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Arderá el amor,
arderá su memoria
hasta que todo sea como lo soñamos
como en realidad pudo haber sido.
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Pero ya estaré lejos.
Será tarde para lamentos
y nadie podrá todavía asombrarse
de lo que tiene.
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Antes que nada, antes
de sospechar,
vivamos esto, que más no sea, y que
por ahí es demasiado.
​
Vivir, sin
que nadie admita; abrir el fuego
hasta que el amor, rezongando, arda
como si entrara en el porvenir.
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Es muy propio de Francisco Urondo ese corajudo y ultransensible llevar al colmo la sinceridad, ese sacar riqueza de sentido de la capacidad de mirar de frente lo que pasa, asumir tal como viene la contradictoria y precaria existencia real a la que estamos lanzados, empezando por nuestras flaquezas y debilidades, no para justificar nada sino para hacer con eso lo que uno cree que corresponde hacer y para vivirla, hasta donde se pueda, con todo. Un hacerse cargo del destino que construimos. "Lo existencial", diría, tal como lo entendió esa generación, o los más lúcidos de esa generación.