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Luis de Góngora y Argote

 

A Cristo en la cruz

 

Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes;
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho.

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Pero más fue nacer en tanto estrecho
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portadillo tener techo.

​

No fue esta más hazaña, ¡oh gran Dios mío!,
del tiempo, por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad, con pecho fuerte

​

—que más fue sudar sangre que haber frío—,
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre que de hombre a muerte.

​

Desde la primera vez que lo leí me pega fuerte el "A Cristo en la cruz", de Góngora. No fue haber sido asesinado en la cruz el mayor sacrificio o la mayor proeza de Jesús, ni sufrir tortura: fue, siendo Dios, nacer como humano. Abandonar la perfección, la omnipotencia y la plenitud para volverse, como nosotros, un bicho imperfecto y contradictorio, dado a errar y confundirse, fácil de tentar y engañar, angustiado, deseoso, relativo, pasto de culpas, material, mortal. No habría otro modo de transmitir el mensaje, de hacer algo para que los humanos podamos encontrarnos con algún tipo de verdad, que meterse a caminar el polvo y el barro, ensuciarse, equivocarse, en el mismo plano, sin ningún "desde arriba", siendo uno de tantos. Si no se encarnan, se materializan, la ley y el amor no tienen nada para darnos. Y ojo con el "yo no me rebajo", si hasta Dios pudo y quiso hacerlo.

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