Lo contrario
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de un pólder:
como un sol de r-
-uido ambiente,
el que tan bien te
debería alumbrar:
en el alambre
a rachas
de su cháchara,
mi padre
que no arde,
sólo hierve
sin fiebre:
pasa, gira,
se agría,
posa
para
el espejismo
de nosotros
–hartos,
mismos–,
sopesa y sopa
su migaja
fija,
se empapa
mi papá:
tubérculo
sin sepultura
en tierra,
lo contrario de un pólder
su poder:
barro perdido al mar,
obra de hambruna
amar sin broma
–y basta
de atizar
a esta
triste
bruma
de hombre.
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Un pensar que intenta abrirse paso, o que va abriéndose paso, para “poner sobre el tapete”, como se pueda, hasta donde se pueda, algo que necesita “ser dicho”, emerger de la zona oscura del alma donde late como reclamo existencial, algo que uno necesita hacer ser para ser, como se pueda, hasta donde se pueda, pero no como pensamiento abstracto sino en tanto entrecortada sucesión “musical” de frases, móvil y palpitante materia verbal que lleva a cabo su propio juego de correspondencias hasta ofrecer al ojo y al oído lectores una danza que el ojo y el oído siguen, atraídos por el disfrute casi físico de esa experiencia. O tal vez sea a la inversa: es el juego o trabajo o pulsión de la escritura, necesitada de concretarse en el papel o la pantalla, el que recurre a eso que al fondo del alma bulle callado e inconforme, a modo de combustible o fuerza vital. “Inusualmente confesional” dice de este poema Ezequiel Zaidenwerg, tal vez disculpándose por el atrevimiento de poner a la vista algo que debe “tocarle” mucho, condensado en esas tres sílabas “mi papá”, como si la audacia de quien se expone en carne viva (para decirlo hiperbólicamente) fuera comparable a la urgencia sentimental de los y las que escriben suponiendo que a los demás no puede no interesarles muchísimo cualquiera de las cosas que a uno o una le pasan, por el solo hecho de que a uno o una le pasen. No es eso lo que veo en este poema: escritura veo, materia significante puesta a vivir y entregada a que la ponga a vivir uno en la lectura y en esa lectura uno la viva, con lo que tiene de reflexión y arte (digo, cuando digo “arte”, belleza, conformaciones que “hablan” por sí mismas, juegos de relaciones formales). Nada hay de declarativo ni de unívoco: gran lector de la poesía norteamericana actual, me da la impresión de que, de tanto frecuentar una sustanciosa zona de esa producción textual, Zaidenwerg se ha encontrado con algo así como un tono o un fluir en donde situarse para ejecutar el entrañable proceso al que en la lectura accedemos, con la lucidez y la sensualidad despiertas al máximo.