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Diana Bellessi

 

Marea de mi corazón ...

​

Marea de mi corazón
déjame ir
en las ligustrinas
como un insecto o como la
misma ligustrina en el rumor
en el rasante
vuelo de las
golondrinas alrededor
de los aleros en la música
minimal donde se hunde
mi vecino mientras tapiza
con golpecitos los respaldos
de las sillas en el sol
rasgado por la brisa
no ser lo otro
lo que mira. Desligarme
del ser hacia aquel
estar mayestático de
la dicha. Alfombra
de orquídeas diminutas
sobre el pasto florecen
antes que la máquina
cortadora de césped
las arrase ¿aprendieron?
Corolas violáceas
enjoyadas que emergen
en cinco días de sus tallos
aprendieron la brevedad?
de la vida sin ser
lo otro que del origen
nos aparta

​

"Desligarme del ser hacia aquel estar mayestático de la dicha". O "Aprendieron la brevedad de la vida sin ser lo otro que del origen nos aparta". "Poesía del pensamiento", uno podría decir: cuatro versos que a uno lo obligan a poner a trabajar la mente en torno de un "qué hay ahí", "qué es lo que eso me propone interrogarme, a qué radical sabiduría me está llevando a acceder". De un modo u otro, más o menos explícitamente, todo el poema apunta a algo así, pero lo que más me importa no es eso, sino lo que tiene de "orticiano": nadie como Diana Bellessi, me parece, se acerca tanto en eso a Juan L. Ortiz, o, más exactamente, a esa celebración amorosa y casi absorta, de lo realmente existente, sobre todo de lo que más "insignificante" de lo existente, lo que está ahí, de modo de hacer del encuentro con esa existencia algo así como una revelación cuyas reverberaciones acrecientan lo que hay de vivo en uno. Reverencia, religiosidad, milagro, son las palabras que al pensar esto se me vienen, siempre con tanto riesgo de ser interpretadas para el lado de los tomates, pero ahí las dejo: tienen que ver con lo que con esta poesía y con la de Ortiz me pasa. Con la diferencia de que la de los poemas de Bellessi es una mirada más femenina (menos totalizante o ambiciosa, para decirlo brutalmente, si es que hay algo de eso en Ortiz) y su estilo y su respiración son más actuales, vinculan más esa experiencia a un "ahora" cotidiano y plebeyo en el que podemos reconocernos: máquina cortadora de césped, música minimal, el vecino, la pregunta "¿aprendieron?". Y, no menos, el tono de oración musitada, el pedido a un "algo" que está fuera de las seguridades del Yo ("Marea de mi corazón déjame ir"), por el que, de entrada nomás, el poema lo pone a uno en actitud de atención, despojamiento y recepción. Entrar en otra onda, ser, al menos por un rato, otro, o dejar de ser el otro en que nos refugiamos para aguantar el programa de estar existiendo.

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