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Denise Levertov

 

El secreto

 

Dos chicas, en un verso
súbito, descubren
el secreto de la
vida.

​

Yo que no sé el
secreto escribí
el verso. Ellas
me contaron

​

(a través de un tercero)
que lo habían encontrado
pero no en qué consistía
ni siquiera

​

cuál era el verso. Ahora no tengo
dudas, pasada más de 
una semana, de que olvidaron
el secreto,

​

el verso, el nombre
del poema. Las amo
porque vieron lo que
no puedo ver,

​

y por amarme por
el verso que escribí,
y por olvidárselo
de modo que

​

mil veces más, hasta que las alcance
la muerte, puedan descubrirlo
de nuevo en otros
versos

​

en otros
acontecimientos. Y por
querer saberlo,
por

​

suponer que existe
tal secreto, sí,
por eso
más que nada.

​

Trad.:Ezequiel Zaidenwerg y Alejandro Crotto

....
El secreto de la vida, ¿se lo puede encontrar? O, mejor dicho, ¿existe? Lo importante es suponer que existe, o el deseo de saberlo. Y el hecho de que alguien (dos chicas) lo encuentre en un verso de alguien que no conoce ese secreto es un acontecimiento que ilumina la vida. ¿Y si fuera eso el secreto de la vida? Lo que está ahí, digo, y no sabemos pero percibimos que está, o lo que sabemos sin saberlo. ¿Y no va el poema, precisamente, llevándonos de a poco a descubrirlo, o a encontrarnos con él, a través de su propio tranquilo desarrollo? Por todo lo que da a pensar ya es un pequeño acontecimiento "El secreto", de Denise Levertov, aunque no lo resuelva, o porque no lo resuelve (el "más que nada" del final tiene algo de tentativo, de inconcluso, de "sí pero no del todo"), y es un acontecimiento que uno vive como dejándose llevar confiado por esa escritura cercana al murmullo, al titubeo, insegura, que se hace cargo de una debilidad que la constituye y, por eso, más que afirmar va considerando, amorosamente atenta a su propio despliegue. Hay algo de anotación de "lo que a uno le va viniendo a la mente", un no "decir" sino "ir diciendo", con lo que eso tiene de movimiento, y, como tal, de musicalidad. Y algo que, en este y otros poemas de Levertov, está probablemente en la base de la confianza con que uno se larga a la lectura, y que tiene que ver con el tono o la actitud. Franqueza, desenvoltura, un aire de sinceridad, como si escribir fuera abrir paso a que lo que pide manifestarse se manifieste, de la manera más limpia posible, o más desnuda pero no por eso menos consistente y animada por la gracia. Más limpia y más viva: ahí están esas palabras, en movimiento todavía.

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