Mario Arteca
Por si oscurece
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La noche avanza. Mantengámonos juntos, es de noche. La tormenta vuelve, creció en paz, con la maleza encima y un pañuelo como árbol. Quedémonos quietos.
El viento avanza. Y los que están en el límite saben qué se les avecina, como si estuvieran dentro de un silbido de colectivos frenando a coro en tiempo muerto.
“La señora me encargó de decirle que se queda a dormir…”.
Va tras ella. Fue él. Nadie podrá decir que no se ha defendido.
Dos policías azules se sientan en el cordón de la vereda y detienen gente. Que si no han visto a uno con la cara colorada y el pelo amarillento. Lo que ha hecho o va a hacer, aún no lo saben.
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Tremendo este poema de Mario Arteca, como estrellarse de golpe ante las cosas, sin dolor, sí con impacto, de esos que, por pura presencia, te hacen tomar nota de que estás vivo. El impacto de tocar con los sentidos, o algo así. O algo así: a uno se le escapa la posibilidad de decir qué pasa con el poema, como el poema se escapa a la mente, la desafía, le propone ser otra cosa o actuar de otra manera. Pura realidad. Más vale respetarla y permitirnos el disfrute de aceptar su indomable presencia. No hay verso ahí.
Pero además está en una página de Nau con poemas y textos de Arteca y de Horacio Fiebelkorn, cada uno sobre los textos del otro y sobre su propia relación con la poesía, que recomiendo muy especialmente leer,
en el link.
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Luces de mi ciudad
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¿Para qué queremos luz si la oscuridad
es la base del poder jurídico? Debemos
estar preparados para llevar una vida
inconsecuente, pronta a la revocación,
anexada a la demanda. Es medianoche
y la mirada de los gatos iluminan aquello
que creíamos desaparecido, lo mismo
que un eclipse no anunciado. El barro
entre las suelas es el microscopio
de una vida que llegó para alejarse.
Por eso ninguna situación se muestra
novedosa al momento de movernos
a tientas, para luego hacerlo con mayor
dificultad. Pisamos donde no se puede.
La huella tallada es la consecuencia
rápida de un movimiento imprevisto,
o bien la destrucción total del pasado
sin preocuparse por lo que hubo antes.
Cuando una ciudad queda deshecha
desde sus raíces, en tan poco tiempo,
eso significa algo. Tantas vidas.
Lo mismo si tuviera dos para mirar
mi hazaña por el lado de la costura.
¿Eso es una lámpara? Los gatos
reunidos en orden alfabético alumbran
la noche preventiva. De pronto se convirtió
aquella consulta en número de fuerza.
Pero nuestra fuerza aún no es número.
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Cada oración, algo que se instala ante uno, irrevocable, infinito en su exactitud, casi como una presencia material, nítido y a la vez enigmático. Y hay que atenderlo, dedicarle tiempo, acariciar o saborear mentalmente esa muy cierta presencia, singularísima. Y uno entonces siente que está viviendo como abierto a "algo otro", y que entregarse a esa oferta y transitarla con todas las capacidades en juego es un privilegio que el poema le da. Adentrarse en el recorrido, de frase en frase, de imagen en imagen o de imagen a pensamiento y viceversa, de realidad en realidad. Una danza de la mente y la sensibilidad que se agradece tanto y que prueba que el imperio de la banalidad y la indiferencia no alcanza nunca a instalarse del todo.