Mario Arteca
Mensajería privada
A Daniel Freidemberg
El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio. Es el quinto intento de una batalla por recuperar la palabra del otro, aunque fuese un monosílabo, algo, para que se diga dónde queda el sitio que imaginamos compartir por prepotencia de refugio.
Ahora que todo pasó y tardará en regresar, el mundo es el pasado inmediato de un mal sueño sin sonido.
La insistencia en sostener el silencio, a esta altura, se parece al desprecio; el que desde la apariencia del desdén se presenta como un sitio informe de contacto que deja mudo de respuesta a quienes nos preguntamos, como Chatwin, ¿qué hago yo aquí?
La situación es la misma en muchos lugares, pero quizá particularmente catastrófica en un país tan acreedor de las imágenes. El cúmulo de ellas generan la pérdida de realidad.
No somos productores primarios de identidad, sino que la buscamos por otros medios. Nos quitaron la posibilidad de crearla por sí misma.
En eso estamos. La revolución que viene será sortear la incapacidad de hablarnos y comprender qué lenguaje corresponde a cada interrogante lanzado al azar.
Es la única manera de terminar un plano.
Limitarse a pintarlo todo de negro.
Todo el miserable pueblo pintado de negro.
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Encontrarse con que a uno le dedicó un poema Mario Arteca es, caramba, mucho, un montón. Y que sea este el poema, además, no importa quién lo haya escrito, es el colmo. No puedo acá dar cuenta de todo lo que me importa en él, o de por qué me importa, porque la cosa va por varios planos diferentes (estético, ideológico, profesional, intelectual, etc.), así que me limito a una cuestión sola: lucidez. La forma elegida, me parece --ese montaje discontinuo de lo diverso, a la manera tal vez de un monólogo interior, basado en el hacerse cargo de que hay mucho de indecible y que reclama ser dicho, para lanzarse entonces a decirlo incompletamente, por indicios o aproximaciones imprecisas--, es la que permite, no tan paradójicamente, que adquiera la escritura una extraordinaria capacidad de poner en palabra lo verdadero. Que las palabras puedan de algún modo asumir o revelarse a sí mismas qué es lo que realmente está en juego, nos guste o no. ¿Algo político? Sí. Por más abusivo que suene, no puedo no usar ese adjetivo, o no tenerlo muy en cuenta.
PD: "Acumulación de lenguaje que se frustra como comunicación": la pegó Diego L. Garcia, al caracterizar esta propuesta.