Armando Uribe
Odio lo que odio, rabio como rabio
Éste y Ése y Aquél tienen familias
felices y bien hechas, hijos, nietos
y hasta biznietos rubios, estudiosos
y buenosmozos, buenos y cristianos
mientras tus hijos Dios de Dios padecen
de psoriasis y son psicológicamente
inestables, ¿por qué?, Dios de dioses
de barro tus hijos padecen y desbarran?
Tus hijos son tus hijos y parecen hijastros.
Pero sus hijos y sus nietos y sus generaciones
no son como los nuestros unos degenerados
y descastados padres pordioseros
y éstos tus hijos, Dioses de dioses son
tus hijos y te reconocen, hacen
lo que tú les dijiste que hicieran, mientras ellos
hacen los signos, se persignan, tragan
hostias como muertos de hambre (pero están saciados)
y tus sacerdotes les hacen venias, comen
con ellos ostras y delicadeces,
a sus mujeres menstruales bendicen
para que tengan hijos y los tienen,
y los pocos que somos, o se mueren
naturalmente o se suicidan.
¿Hay un por qué? No hay un por qué.
Tú eres el Dios que se te ocurre ser.
Si por "poético" se entiende cierto encanto, cierta gracia musical, cierta magia verbal, algún tipo de acercamiento a la experiencia de la revelación por sobrepasamiento de los sentidos, el gran "antipoeta" de Chile es, tanto como Nicanor Parra o más, Armando Uribe Arce. A raíz de su fallecimiento, en estos días, volver a encontrarme con sus poemas tuvo algo de shock, ante esa trabajada y jugada desnudez, esa sequedad y ese modo de poner las cartas sobre la mesa, hacer ver, despejar, que al fin y al cabo resulta radicalmente poético: extrañado, excedido, obligado a hacerse cargo, el lector se ve envuelto en una relación con la escritura que poco o nada se parece a la que le proponen los usos habituales de las palabras. Tiene que ver con una astucia en la construcción y en la selección del vocabulario (que no quiere mostrarse como tal) y con la capacidad para que lo que sostiene a la sucesión de versos sea siempre una fuerte actitud asumida a fondo, algo así como un clima, que en Uribe está asociado siempre a la franqueza, a la negativa a cualquier tipo de conciliación con los poderes y las cortesías y, muy especialmente, con un muy peculiar manejo del humor, entre negro y disparatado, por lo general sarcástico, demitificador. Una potencia desacralizadora que parece no congeniar con la fé católica del poeta y que tal vez sea un modo de ejercerla a fondo, más aun que las inquietudes políticas y sociales que también marcan, notoriamente, su vida y su obra.
“Hasta donde yo sé, nadie ha logrado descorrer el velo de las