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Francisco Urondo

 

Otra cosa

 

Queridos hijitos, su papá poco sabe de ustedes
y sufre por esto. Quiero ofrecer un destino
luminoso y alegre, pero no es todo
y ustedes saben:
las sombras,
las sombras,
las sombras,
las sombras
me molestan y no las puedo tolerar.

Hijitos míos, no hay que ponerse tristes
por cada triste despedida:
todas lo son, es sabido,
porque hay otra partida, otra cosa,
digamos,
donde nada,
nada
está resuelto.

En un tono tranquilo, como quien se hace cargo en serio, responsablemente, de la situación, el padre habla a sus hijos, "queridos hijitos" les dice, para que no quede duda acerca de qué significan esos hijos para él. Y les habla para confesar o reconocer ciertas faltas en su lugar de padre, que no le gustan pero le resultan ineludibles. Hay que decírselo en algún momento a los hijos, les corresponde saberlo y tenerlos en cuenta para eso es ya una muy cierta manera de darles amor, de ayudarles a asumir el lugar que les toca en la vida conjunta con ese hombre, en cuyo horizonte las presencia de "las sombras", repiténdose, insiste, y no hay cómo tolerarlo. Hay que hacer algo y se hace, pagando el precio que haya que pagar por eso. En la vida, al menos en la de alguien decidido a encarar sin coartadas ni renuncias la vida, están los compromisos ético-ideológicos y están los que vienen del amor, en cierto modo convergentes o surgidos de una gran disposición básica que comparten, pero también, en los hechos concretos de la práctica, contrarios: compiten, se disputan la atención, el tiempo, las fuerzas, de ese hombre, y no hay modo de cerrar el tironeo, de aliviarlo. Ni, tampoco, por supuesto, de quedarse con una sola de las dos posibilidades. Y ahí entra la sabiduría: mirar a las cosas tal cual son, con sus contradicciones e imposibilidades, sin ocultarse nada, sin adornar nada, es un primer paso necesario para que la sabiduría, en la segunda estrofa vaya conformándose, encontrar maneras de tramitar la irresoluble tensión: hay despedidas, son tristes, todas, por lo que ponerse triste no aporta nada, y hay, sobre todo, otra partida, donde nada está resuelto. Tremendo como un disparo de sentido, ese "nada está resuelto" es, además de una constatación lúcida, una respuesta, un camino, una perspectiva que se vislumbra: ahí va a tener que sobrevenir algo, sobre esa no resolución toca actuar.
De los tres poemas de Francisco Urondo que publicó, en una nota de Miguel Martinez Naón. la agencia que lleva el nombre del poeta, al cumplirse ahora noventa años de su nacimiento, no quise elegir el de las rejas de la cárcel no sólo porque se ha vuelto el más conocido sino porque es el que más cómodamente encaja con la figura del militante muerto en combate, y bastante más me parecen reveladores los otros modos en que en la poesía de este maestro aparece lo político: como dimensión de la vida, presencia constante, responsabilidad, asunción a full de la lucidez. Se haga lo que se haga, la vida es en buena medida política, ineludiblemente, porque exige decidir, propone jugarse y eso es lo que en la escritura de Urondo se mueve: como una fuerza que lleva a resolverse en escritura y a jugarse, en todos los planos. "Poesía existencial" llamé más de una vez a la de Urondo, y lo repito: qué hacemos con nuestra existencia, cómo nos manejamos con ese caos o mescolanza de la que, por humanos, imperfectos y contradictorios, estamos hechos. El "estar en el mundo". Estar en serio en el mundo, diría. Sin esperanzas de una síntesis que disuelva la tensión pero con la seguridad de que cuando se apuesta a la insistencia, a no rendirse, algo se va a abrir, algo saldrá a colocar todo de modo de que haya que replanteárselo, y nadie sabe qué puede pasar cuando lo que latía irresuelto se destraba, pero algo pasa, encuentra camino, sacude la modorra, desestabiliza, aunque sea un poco, el orden de dominio y conformidad. Nadie como Urondo, al menos en este país, para eso.

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