top of page

Cristián Gómez Olivares

​

Los últimos cisnes cantaron con horribles aullidos de castrati

​

Oh descomedidos campesinos, decía hace un tiempo atrás
el único que se negara a liberarlos. Y lo entiendo:

​

cuando otros se perdieron en la selva
salieron de la misma haciendo el signo

​

de la victoria con los pies. Nosotros, incluyo
en el pronombre a todos aquellos

​

que alguna vez se echaron sobre el pasto

a la espera

​

de que alguien se echara sobre ellos. Oh trabajadores
montados en una micro para después

​

tomar el metro. Oh dueñas de casa
que venden productos de belleza por internet.

​

Oh talleristas de toda índole: el corazón es una llanta
desinflada con la que hay que sin embargo

​

llegar hasta el hogar (tal vez se haya hecho de noche
y el retorno sea aún más difícil, pero

​

imagínense: algunos

​

tendrían que repasar
los mapas de Europa a principios del siglo XIX

​

para encontrar una medida
que pese lo mismo que las maletas

​

todavía por hacer: manchas
que van cambiando así como pasan las décadas,
países que desaparecen y otros que juramos

​

eternos, novelas que los justifican
a través de personajes que los ignoran

​

y un campo de estudio para que nosotros
tocando la zampoña tengamos qué comer.

​

Oh descomedidos campesinos:

​

qué sería de nosotros
sin vuestra inefable carencia

​

de todo lo demás.

​

Ahí, enfrentados al destino, es decir las condiciones concretas, haciendo lo que se pueda, con la tenacidad o voluntad de vivir de los débiles, hoy y siempre, mientras en el mundo existan fuertes y débiles, mientras los relatos se preguntan una y otra vez qué hacer ante todo eso. Así estamos, y una mirada como la de Cristián Gómez Olivares propone, porque sabe tal vez que es inevitable, hacerse cargo.
Lucidez, precisión, soltura, apuesta al juego entre la mente y "eso que pasa". Una conciencia crítica en acción, que no por eso se impide imaginar y poner en marcha una refinada capacidad de asociación, y a la que le gusta arrojarse ante los desafíos y llamados de ese magma impuro que llamamos "la realidad", sabedora también de que la escritura es escritura, materia que debe existir por sí misma.
Un modo actualísimo, se me ocurre, de traer a escena, sin voluntad de vintage alguna, rasgos que tuvieron mucha presencia en la poesía de nuestros países hace ya unas cuantas décadas, tan vivos como entonces, como para tomar nota de que nada o casi nada en esta práctica puede descartarse por caduca.

bottom of page