Otra vez el jardín del verde adorable
En la antesala de la orilla plena
De un viento helado me acerco al agua
Fantasmal hay una nata marrón
Que me hipnotiza & se mueve & canta
Como el ave individual que pasa
Volando rasante en la inquieta superficie
& aqui puede uno estarse horas con
Templando la nada el tiempo en la
Forma fluida que se va & nos desnuda
Ahora veo un pajarillo solito caminando
Sobre la grama picotea una brizna
Se yergue & da saltitos me muestra su
Pecho naranja entre los guijarros dise
Minados a la vera del río en la orilla
Pero el viento esta muy fuerte ahora dema
Siado como para quedarse afuera escribien
Do el poema aunque el sol quema un
Tanto & las aguas se mueven procelosas
Como en los cantos homericos hay que
Seguir vagando por estas tristres landas
& escribiendo el poema.
Un alerta feliz, un alerta que se disfruta. La lectura, siempre extrañada, siempre convocada a jugar, se detiene en cada hallazgo, con ganas de saborearlo, e inmediatamente tiene que saltar a otra cosa. Sea lo que se percibe -lo que la escritura le hace a uno imaginar que percibe del mundo, agua, viento, sol o pajarillos- o lo que las piruetas formales ponen ahí como desafío ("Contemplando" separado en dos versos, al final de uno y al principio de otro, lo que lleva a decir lo que dice la palabra y a la vez decir otras cosas, ser otras palabras, todo a la vez), todo le llega a uno para agitarle el pensamiento, la imaginación y la sensibilidad. Exagerando un poco, no mucho, lo que se ve, se siente y se piensa es ante todo el pretexto, o el motivo, o el impulso básico, para que el arte de encontrar palabras y ordenarlas en líneas se despliegue y seamos nosotros, lectores, metidos en ese juego, los que juguemos, o, para decirlo mejor, nos pongamos en juego. Mientras algo que nos importa mucho, porque convoca mundos que vivimos, transcurre, sin ninguna estridencia, en el trasfondo. En resumen: sensación de vivir. Organizado todo por ese oficio o destreza que desde hace mucho uno admira tanto en el autor.