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Ángel Faretta

Confesiones otoñales

Temo al vacío y a la inanidad invasora,
y al tedio que es el resultado.
Temo mi torpeza. Mi lengua.
A los llamados de teléfono.
A mis respuestas y hasta a mis propias rumias.
Temo a la distancia y a la fácil solución cibernética.
Temo que Dios nos abandone y me digo que no.
Temo por Italia que sufre y se defiende con belleza.
Temo la reducción de todo esto a una
crisis cíclica del capitalismo o a una tara
en nuestro árbol genético. Temo la tarde,
la caída del sol y el día domingo,
los días feriados y que ahora son todos.
Temo lo que no sé y jamás podría saber,
el libro no escrito, el sueño no soñado,
el perdón no dicho cuando era posible.
Temo como el viajero legendario
al olvido ese que todo destruye,
y a mi propio olvido de la plegaria diaria.
Temo a que en este país al cual
se vino en fuga, sigamos fugando.
A la luna. Al demonio meridiano,
a la lluvia gris y silenciosa
leída en Simenon pero más gris
a través de esta ventana que es celda
de un monacato sin vocación alguna.
Temo al disparate. Al sabiondo.
A la tontería ilustrada. Al aprovechado.
Al que dice sufrir y nos lo cuenta
en vivo y en directo con un fondo
falsamente recoleto y que hiede
a puesta en escena bastarda.
Temo también a esto que escribo;
a que sea una pose o espejo
renovado de mi vanidad diaria.
Temo porque no estás y necesito
más que nunca de tu claro desvelo.
Temo no saber, no querer, no desear,
no orar y temo no temer.
Temo ahora y en este momento
haberme inventado un carpe diem
poetizado a la medida de mi egoísmo.

No sé si considerarlo un "poema de circunstancias", y, pensándolo un poco, qué importa cómo lo considere. Me pega fuerte, me con-mueve Angel Faretta con su "Confesiones otoñales". Veo ir ahí hilándose o deshilándose algo que me involucra, pero no solamente en lo personal, sino en las razones para estar en este momento, ante lo que vivo, en el mundo. A lo que del mundo me interroga, como una manera de atender a los que nos interroga, ¿o no estamos todos en este juego? Reconocer, reconocerse, todo lo que se pueda, sin coartadas, serenamente y de la manera más armoniosa posible, porque lo armónico tiene que ver con un estar sin aspavientos en el mundo, sin quejas ni idealizaciones ni entusiasmos que se diluyen ante la primera puesta a prueba. Sensibilidad al mango e inteligencia sutil e insobornable, un poquitín irónica incluso, encaradas así, son lo mismo. No sé cómo se va a leer este poema dentro, digamos, de un año, o diez, o cincuenta, cuando la referencia a lo que como comunidad nacional y mundial nos está pasando no intervenga en el sentido de la lectura: supongo que sobran los motivos para suponer que perfectamente el poema puede prescindir de esa referencia, pero a eso que lo respondan los que lo vayan a leer dentro de uno, diez o cincuenta años. Ahora ahí lo tengo interrogándome, llevándome a hacerme cargo, serenamente, como si descendiera de las abstracciones, las noticias y los datos a esto que acá, irremediablemente, soy, con cierta alegría incluso: la de sentirme despierto, vivo, con el ejercicio de capacidades que eso implica.

 

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