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Alberto Szpunberg

 

Volvamos a empezar,
mejor dicho, ¿en medio de qué aire o viento, digamos viento,
cayó la hoja que ha levantado para dejarla caer, o sea,
para dejar que vuelva a empezar a caer en medio de
otro aire, digamos país, digamos viento, otro viento
que le devuelva a otra hoja, a otras manos que vuelvan
a empezar en ese gesto tan vano si se quiere
-"pensativa en el balcón"- para volver a empezar lo que
nunca comienza ni termina?


Uno disfrutó y admiró, y mucho, la poesía de Szpunberg, desde la primera vez que se encontró con ella. Había ahí algo muy vivo, muy verdadero, cálido pero de una calidez que nada tiene que ver con los sobornos sentimentales o los abusos de confianza. Jugado en lo político sin necesidad de proclamar nada. Y lo siguió leyendo uno y viendo como a todo eso se agregaba una complejidad cada vez mayor y una tendencia a hacer de la escritura poética un modo de la reflexión siempre en movimiento, siempre escrutando sus propias contradicciones, siempre en pos de lo huidizo a la vez que celebrando, tácitamente, por su propia presencia, cada hallazgo que la búsqueda hace posible, y siempre también sosteniendo esa tarea en un arte amoroso y riguroso de encuentro con las palabras, los tonos y los climas que mejor encajan en esa delicada trama verbal. Música verbal, sabiduría y compromiso, diría, si tuviera que resumir a lo bestia.
Hubo, por razones de diverso tipo, un distanciamiento, no grande pero distanciamiento al fin, de la poesía de Szpunberg, y el reencuentro fue como una iluminación definitiva. Y en cuanto a él, a Alberto, el afecto creo que fue mutuo, no sin algunos desacuerdos que ni para él ni para mí tuvieron importancia. No es que voy a seguir leyéndolo: siempre estoy empezando a leerlo de nuevo.

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