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Víctor Sosa
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Una belleza que no dañe el alma. ¿Habrá belleza que abriendo el alma intacta no la dañe? Toda belleza es rama que rasguña de roja haya rostro su rubor. Lo dijo mejor Rilke con su ángel: la belleza no es buena. Si no golpea alma como a tímpano algún feroz timbal de incierto dios, si no ensordece ciegos ni cimbrea en síntoma epidermis, ¿de qué hablamos? Si ramaje no avienta rostro espina, como un prepucio pétalo cortante, sanguíneo tajo abriéndose la flor. Una belleza que no dañe el alma, que no imponga un desorden diferente, que no abra –insisto– en tajo toda dehesa para que el agua fluya hasta la ría y ésta mar recóndito, al menos para mí ya no es belleza. Son, finalmente, ejemplos que uno pone. Abstrusas maneras de formas inaptas. Nubes que en diseños ilusorios encubren tan veraces tempestades. Toda belleza es cruel, nos deja solos. Quedamos boquiabiertos contra el vidrio como una res abierta en estertores, hincada alma belfos sin morir.
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No conocía su poesía. Ni había oído o leído nada acerca de ella, cuando, una tarde, en Aguascalientes, lo escuché, y la sorpresa fue grande. Hacía mucho que el neobarroco había salido de la «escena poética», y sin embargo ahí estaba, vivo, mejor que nunca, y de una manera distinta a la de los neobarrocos o neobarrosos conocidos, como si a ese manera de deleitarse con las palabras la hubiera inventado él (aunque, a decir verdad, no sé hasta qué punto se reconocía o no en ese rótulo). Pero, más que su vinculación a una corriente, me importó la consistencia de «eso» que estaba escuchando, su singularidad, la hiperdespierta inteligencia que lo sostiene, la prodigiosa imaginación, la ironía, el modo de hacerse cargo de las cuestiones que a los humanos nos urgen: tenía que tener ya mismo algún libro de Víctor Sosa, y tuve un par. Los tengo, los leo, y todo lo que pude conseguir, que no es mucho. Tampoco hablamos mucho (recuerdo, sí, un desacuerdo, en una cena en Santo Domingo: le gustaba más Spinetta que Charly García, y a mí al revés), no sé si por su modo de ser más bien reservado, muy de uruguayo, aunque él prefería considerarse mexicano. Ahora, al enterarme de su muerte, voy compulsivamente a la web y me encuentro con estos ocho poemas en prosa (ver en el link) y, otra vez, aunque no exactamente de la misma manera, la lucidez, esa rigurosa ética del estar en este mundo articulada con una afiatada ética del goce de la escritura, en la que cada palabra es una precisa irrupción venturosa. Ojalá alguna vez sea reconocida esta poesía por lo que tiene para dar, que es muchísimo.

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