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Virginia Caramés

Desfloración


El traspié             [Un desastre]
Los reflejos se fraccionan, la luz enloquece
- para acá- para allá-
El plano inmaculado se macula, se rompe.
La mosca embustera engaña al pez.
Picó.
La mosca falsa, la estúpida mosca
y el cuerpecito frío y brillante se contonea furioso
– te engañaron-
Fue la mosca que rompió
el plano de la superficie. Los círculos
concéntricos / el embuste /
la confusión.
La mosca liviana y burda, la no mosca,
ni cerca de una mosca,
eso,
apenas del peso de una mosca, que toca el plano,
el punto sobre el plano y
ahí la hecatombe confunde al pez
que pica, que se sacude,
que salpica, que.
La luz ociosa se descompone ahora
en tantas partes como fragmentos de agua se disparan
sin reglas. El agua ya está rota.
Habrá que esperar /
esperar a que muera el pez /
a que jalen del cordel /
a que salga. Que salga el pez,
la mosca,
el cordel
/ que al fin tiren
/ que termine.
Habrá que esperar que se calme / que no llueva.

.....

 

Algo ocurre, algo va ocurriendo a medida que la lectura corre. No hay alguien que cuenta o informa algo, no hay alguien que tiene algo personal que compartir: cosas ocurren, se “ven”. Como se suceden las escenas en una película, el poema va poniendo en escena, uno tras otro, hechos, realidades, a través de un discurso “objetivo”, que se dedica a presentar cosas, seres, movimientos, y que no por eso se priva de llamar “embustera” a la mosca, y “estúpida” y “falsa” (que es falsa literalmente, pero de eso uno se entera más adelante). Hechos, cosas, acción, siempre en presente, como las cosas ocurren, y una mirada ávida, capaz de captar cómo los reflejos en el agua se fraccionan (y de hacérnoslo sentir), cómo la luz ociosa se descompone luego en tantas partes como fragmentos de agua se disparan sin reglas, y de ponerlo en palabras de la mejor y tal vez más bella manera posible. Cada palabra cuidadosamente va ocupando el lugar en que tiene que estar, con la resonancia que le corresponde y, verso tras verso, la escritura va disponiendo su juego. Y al final ocurre, ocurrió, con todo el seco dramatismo que corresponde a lo que realmente pasa en un mundo que tiene sus propias reglas, lo que la realidad dice que tiene que pasar, pero no sin el toque de una frase última en la que el inesperado condicionante, sin cambiar nada de lo que importa, introduce una posibilidad que ya no es puro presente, y la dimensión de lo escrito se ensancha.
Acá hay escritura, acá hay invención, creación (el agua “está rota”, el pez es un “cuerpecito frío y brillante”, bastante ante de que se diga que es un pez), hay atención a los hechos, administración de los movimientos y tiempos de la lectura. Virginia Caramés, el libro que le publicó hace poco Barnacle, está entre los queribles hallazgos que me permitió la poesía argentina en lo que va del año.

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