Francisco Garamona
​
Oh, sí, muy bien,
la vida es un juego
me dijo Raquel.
Lo mismo la chica
del club de videos,
mirando con ojos,
tocando con manos.
¿La vida es un juego?
–Y hay que jugar.
–¡Los juegos me aburren!
En una autopista
se muere un perrito,
lanudo y gracioso,
que fue la alegría
de niños ociosos,
y que encontró su sino
bajo un camión cromado
que además arrastraba
temible acoplado.
Dos ruedas o cuatro,
seis, ocho, o doce.
Reencarna amiguito,
y vos también humanx.
Porque ahora mismo
hay mil bebés que nacen
con suertes variadas
en los hospitales
o en partos de hippies
dentro de sus casas.
¡Pero eso es re caro!
–Y re peligroso.
Ah, la libertad
primer perfume...
Pasado, presente,
y futuro encimados.
El tiempo se cubre
con polvo dorado.
¡Qué rápido todo!
(Igual cómo tarda).
No sé qué pensar.
Mejor descansar.
​
No rechazo pero sí una cierta reserva tuve al principio, ante lo que aparecía como una escritura demasiado elemental y hasta quizá tonta por exceso de ingenuidad, en el tono y en las cosas que dice, hasta que, como me pasa muchas veces con los poemas de Francisco Garamona, al ir leyendo y disfrutando del juego de imágenes y el leve bamboleo rítmico, me di cuenta de que la pasaba muy bien. De lo que me di cuenta es de que, llevado así al extremo, eso que se presenta como ingenuidad es un don, una apertura de posibilidades. Me di cuenta de que al leer estaba jugando y sentí el placer de ese juego, al mismo tiempo que a través, justamente, del juego, iba haciéndose cargo de imágenes de la realidad, varias de ellas más que inquietantes, que me volvían un tipo más lúcido, más despierto, y con un universo más variado en la mente. Acceder, de esa manera, a esa actitud "ingenua" es como sacarse de encima los trajes de etiqueta para estar en ropa cómoda y así, relajados, estar disponibles para un ejercicio espiritual que hace bien, porque le permite a uno verse a sí mismo de otra manera, desplegar zonas de uno a las que vale la pena cada tanto sacar a hacer ejercicios.