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Oscar Taborda

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Este animal, muerto hace quince días,
cruzó, como quien dice, un río.
Yace a la sombra de unos eucaliptos
al costado de la ruta: casi un bulto informe
de pelos mezclados con sangre seca,
los huesos pardos saliendo del vientre
como ramas, la delicada cabeza
vuelta hacia atrás, los ojos vacíos.
Ya sin hambre ni sed, 
y a medias oculto por la maleza,
cualquier interpretación que pueda dársele
será incidental; no es un letrero
ni espejo de nada. Podría seguir allí
por tiempo indefinido, en su santuario,
oscuro entre árboles medicinales.

​

Así exactamente, como la que encuentro en este poema de Oscar Taborda, era la poesía que empecé a llamar “objetivista”, porque no encontraba otra manera de caracterizarla, al iniciarse la segunda mitad de los ochenta, no lo que después se hizo tanto bajo el amparo de ese rótulo, "objetivismo. De esto se trataba: rechazo a cualquier engolosinamiento en la mostración de audacia, originalidad, sabiduría o extravagancia, asumiendo en su lugar la exigencia de un trabajo responsable y escrupuloso que busca dar cuenta de lo que puede haber de inusitado en la más conocida "realidad". Hay extrañeza en la escritura de Taborda. Una mirada que se dirige hacia "eso" que se presenta ante los ojos o los sentidos (la sombra de los eucaliptos al costado de la ruta, el bulto informe de pelos, los ojos vacíos, el santuario entre árboles medicinales) para ser “leído” como si lo que se mira fuera literatura –es decir, lengua extranjera, al decir de Proust– y que la mente se dispare a partir de ese primer instante, a la vez que la escritura, gozosa, materialista en serio (porque atiende con fruición a su propia materialidad) va disfrutando del trabajo que le lleva a hacer la descripción, la presentación de las cosas, su disposición en versos sometidos a una métrica y a un orden temporal, la sucesión de movimientos mentales provenientes del modo en que van disponiéndose, uno tras otro, observaciones, consideraciones, especulaciones, y las revelaciones que, por su propia fuerza, ofrecen a la mente las cosas de la realidad y lo que la mente hace con ellas ("cualquier interpretación que pueda dársele será incidental"). Alta capacidad descriptiva y dominio del oficio, si “oficio” es saber qué hacer con la materia verbal y hacerlo. Cada palabra es estrictamente la que tiene que estar ahí, por su sonido, por su sentido y por su ubicación en la línea. Ni una de más, ninguna desubicada, ninguna que pifia o confunde o apunta a seducir, y todas respondiendo a su propio peso, su propia razón de ser, ni más ni menos. Ninguna inflación retórica, ningún jueguito para impresionar, ningún guiño: materia verbal que busca organizarse de la mejor manera posible. Ninguna contundencia, y en vez de ella, un movimiento de ir serenamiente relacionando, con lo que puedan tener de diverso y constrastante, las frases y las palabras. Ninguna ingenuidad pero sí mucha atención, con lo que la atención tiene de apertura, de espacio para que llegue lo que no se sabe qué es. Responsabilidad técnica y ética, en cuya base hay un radical respeto, a las cosas, a la escritura y a la inteligencia, la sensibilidad y el criterio del lector.

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