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Leopoldo Marechal

 

14

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La Patria no ha de ser para nosotros
una madre de pechos reventones;
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.

 

15

​

Yo la vi talonear los caballos australes,
niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.

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“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”. [… ] “La Patria es un temor que ha despertado” […] “La Patria es un peligro que florece.” Y al final, definitivo: “La Patria no ha de ser para nosotros/ nada más que una hija y un miedo inevitable,/ y un dolor que se lleva en el costado/ sin palabra ni grito.” Fue con “Descubrimiento de la Patria” que, tras años de no prestarle mucha atención, percibí la estatura de Marechal como poeta. Demasiado “tradicional” (o “prevanguardista” o “retro”) para encajar en lo que durante mucho tiempo me parecía digno de consideración en poesía, en el Marechal posterior a su etapa ultraísta ví a un gran novelista y a un componedor de versos “de ocasión”. Metáforas o alegorías “clásicas”, referencias indirectas que parecen eludir “la cosa” para comunicar con más elegancia y armonía el mensaje que alguien se propone comunicar: en general, sí, son o pueden considerarse "prevanguardistas" y “de ocasión” los poemas del Marechal maduro, pero qué manera de articular la materia verbal para que, mientras “dice”, la escritura “cante”, especialmente en los dieciséis tramos en que este extenso poema se interroga por un palpitante enigma que lo convoca, el de algo que se sabe qué es sin saberlo, como suele ocurrir con lo que de veras se ama, en este caso la Patria. Quiero decir, cuando digo “que cante”: que vaya de a poco, frase a frase, articulando con extrema precisión un pensamiento que tiene mucho que transmitir, administrando con un arte de la composición extremadamente refinado y complejo los ritmos y los sonidos, y, en ese despliegue, aquello que el pensamiento quiere transmitir (fervor patriótico, concepción religiosa de la vida, una sabiduría, una decantada visión) va en la sucesión de los versos reelaborándose, modificándose, y llevando al lector y a la lectura a hacer el mismo proceso. Es en el temblor de lo inseguro, lo incierto, lo débil, donde lo que puede haber de resplandeciente y revelador en las ideas y los sentimientos encuentra el terreno más vivo para arraigarse, mostrarse como vida latiendo en el transcurrir de las palabras.

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