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Luis Hernández

 

El aire blanco
de otra calle
donde llevo mis manos
por la luz del espacio
cierto que el sol 
lila y la verde
rama traída del mar
a orilla del mar
ahí cuento solitario
ebrio el viento las
moras las uvas el humo
las flores la bruma
con su delicado tacto
llena la dulzura
de una temporada eterna
una carpa listada
de violeta y la
rama del Estío
aquella oscuridad
cerca la esquina
y los árboles claros
iluminado tú
venías lima agosto
de mil

​

No es simpleza, de ningún modo, aunque un tono de algo como simpleza, o levedad, más exactamente, anima la lectura. Algo opuesto a la complicación o la ostentación o al énfasis, con la gracia que eso tiene, que es la gracia de la soltura y la espontaneidad (que haya habido espontaneidad o no carece de importancia: es la sensación que uno tiene y disfruta). Nada que cargue de mucho peso o dé mucha densidad o intensidad a ninguna palabra, como quien se limita a dejar que las palabras o las frases salgan tranquilas, sin vigilancia, de la mente, aun cuando es extrema la precisión con que está en su sitio cada palabra. Como si nada de lo que ahí se dice tuviera mucha importancia, y la tiene: es una cuestión de delicadeza y de extrañeza que vuelve todo poco común, como si todo proviniera de una extrema sensibilidad hacia lo que tiene de casi imperceptible la aventura de existir. Algo de incompletud, de insuficiencia, de vacilación, de ternura quizá, para que en el tranquilo y pausado sucederse de los versos algo así como una pequeña revelación se dé: es lo que se me ocurre cuando trato de explicarme por qué me gusta como me gusta la poesía de Luis Hernández.

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