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Enrique Verástegui

 

Primer encuentro con Lezama
.
Llevo un sol en mis bolsillos
pero ya no tengo nada en mí
no puedo soñar cantar pensar en cosas concretas
no puedo soñar cantar escribir ese poema para ti mi gatita
.
arañándome el hombro
.
y mis vecinos me tienen controlado
me ven llegar como una peste
y hablan de mí
entre comillas soy el ocioso el paria el que llega tarde en la noche
y corro por estas calles de Lima
buscando recordando a Vivian
cayéndome en pedazos consumido por mí mismo y tu no hacías nada
.
por mí, viejo Lezama, estás ya viejo, pero te guío por estos
sitios
.
Vivian solía aparecer desnuda con sus enormes muslos de cedro
y mira acá esta foto: es Jericó devastada por el mal uso de los sebos,
.
por la droga, las flores de plástico
.
y sal un poco de tus paginas, de esos aires, Lezama, sé que el asma es
tu paraíso
pero comparando nuestros árboles, nuestra sana manera de tendernos
en la yerba
yo habito más que el infierno
y debo caminar pudriéndome por quedar bien contigo mientras
vamos paseando por Tacora
entre prostitutas y ladrones
que no logran robarnos nada porque nada tenemos pero tenemos
.
hambre y comemos ciruelas
.
y corremos fugándonos sin cancelar la cuenta
y otra vez estamos en la plaza San Martín frente al caballo inmovilizado
por las cámaras de los turistas
sin saber dónde ir ni qué ómnibus tomar
sin saber cómo ni cuándo apareciste en Lima sorpresivamente como
esas pocas lluvias que llegan para lavamos de la duda
y ahora estamos contigo en el café Palermo
ahora ya puedo decir que tus palabras huelen a manzano y los
.
manzanos son gente sencilla que ignora el uso de la palabra
gente que ignora el mal uso de la palabra
.
ahora sé que nada se perdió
y aprendí que el verso más claro está garabateado sobre la pared
de los baños
y voy recitándolo con voz sonora en medio de la calle
mientras me alejo y llevo a Lezama prendido como un laurel sobre
el ojal de mi camisa
.
yo no quiero brillar con esa intensidad de aviso Phillips
yo tengo un brillo en las pupilas
.
tan claro como el verso más claro que ahora voy gritando por estas
páginas sórdidas
y somos arrojados uno al lado de otro sobre esta gran ciudad caminan
un par de iguanas
reptando y comiéndose la luna
.
uno más joven que el otro
.
uno más flaco y pálido y callado y con las alas cortadas por la
rutina de estar continuamente dando batallas a la rutina
dando vueltas
.
y más vueltas encima de los cables
.
otra vez solo
.
sin nadie con quien cruzar unas palabras, una idea,
y los ojos están ardiéndote,
todo lo que miras es alcanzado por el fuego,
como en la hora del Juicio Final,
he llegado a mí después de haber gritado en las praderas porque
.
todos huían de ti pero ya tu habías huido de todos
.
y el corazón te quema más que un buen vaso de brandy en el
estómago
más que todos los fogones ardiendo juntos de noche sobre los campos,
.
el corazón es mi palabra y más que mi palabra soy yo ardiendo de
noche sobre los corazones que aún no han conocido el
amor
.
y están desesperados gimiendo arrancándose los cabellos.

​

Entrar a una experiencia de vida infinita, multívoca, excesiva en su sagrada vulgaridad: eso era leer poesía. Vida contradictoria, con suciedades y pequeñeces y visiones y deslumbramientos, todo potenciado por la gravitación del deseo, el arrojo a lo que con el deseo se abre o llama. La vida concreta, la del habitante de la promiscua urbe moderna vista como aventura y encarada como material de lectura o indagación para que la escritura se desate e imponga sus propias reglas, mientras avanza sin saber hacia dónde. Cierto impulso delirante y gozoso, erótico a fin de cuentas, que venía del surrealismo, cierta convergencia con aquello de la poesía de la beat generation que la volvía para mí un excitante: leer a Enrique Verástegui es reencontrarme con eso (no todo Verástegui, aclaro: la parte de su poesía que más conozco). La cultura –la cultura en general, incluyendo a la más “alta cultura”, pero no solamente– como parte de la desconcertante trama de lo existencial, una escritura suelta, resuelta, fluyente, energizada por su propio impulso, y una ética de la no resignación, la avidez sabia. A la noticia de la muerte de Verástegui le debo, no tan paradójicamente, esto que me pasa al releerlo. Uno se encuentra con que expresiones como “rebelión de los sentidos” y “vitalidad” no han perdido vigencia, con que la inteligencia y la pasión son lo mismo y que hay concreciones que las idas y vueltas en la historia de esa rama de la producción llamada “poesía” no desgastan.

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