Kobayashi Issa
En la vieja casa
que he abandonado
los cerezos florecen
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Dolor de este mundo:
¡igual que cuando florecen las flores
a pesar de ellas!
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Lluvia de primavera,
hacia la arboleda ha volado una carta
que alguien arrojó.
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Frío crepuscular
la campana
tañe nuestra vida lentamente.
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El mundo existe, está ahí. Los seres y las cosas del mundo existen, y es bueno que existan, sin pedirme permiso, sin dar explicaciones. Y algo importante tienen para decir: que están, hacen lo suyo, respondiendo a razones que no conozco ni necesito conocer, como modestos milagros en sí mismos. Advertir que, irrefutable, ahí está el mundo, es como decirse "estoy". Estar en el mundo es estar, sin reservas, en este momento que no empieza ni termina nunca, hecho de sí, inexplicablemente vivo, material, significante, irreductible. Esa es la sensación que suelo agradecerle a los haikus (a ciertas traducciones de haikus, en realidad) y en especial a los de Kobayashi Issa. No sería posible, me parece, esa sensación, si cada frase no fuera un trazo levísimo, casi sin peso, y que no por ser extremadamente preciso, "objetivo", deja de estar todo el tiempo a punto de deshacerse. No hay enseñanzas, hay el infinito placer o la sabiduría de permitirse estar.