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Juan Gelman

 

Los regresos

​

La palabra que
cruzó el horror, ¿qué hace?
¿Pasa los campos del delirio
sin protección?
¿Se amansa? ¿Se pudre?
¿No quiere tener alma?
¿Amora todavía, torturada y violada,
tiene figuras remotas
donde un niño de espanto calla?
La palabra
que vuelve del horror, ¿lo nombra
en el infierno de su inocencia?

​

En vez de afirmaciones, en vez de proclamas, preguntas. Preguntas en vez de denuncias, en vez de quejas, de reclamos, de mandatos, de promesas, de increpaciones. Pocos instrumentos mejores que el de la pregunta ejercida hasta el fondo para que se haga perceptible en la escritura eso que tan fácilmente puede convertirse en su propia caricatura o en una mascarada retórica y vacía, el horror. Nada sabemos de qué hacer con el horror, con lo que nos sobrepasa con su evidencia irrevocable, y el hacerse cargo del no saber es un buen modo de empezar a hacerse cargo de "eso", de ya no desentenderse y meterlo a jugar en el mundo en el que, a pesar de todo, seguimos. Para seguir, pero seguir de verdad. Gelman sabía de eso y sobre todo, el Gelman de los últimos libros ("Regresos" está en Valer la pena, de 2002), dedicado a hurgar sin consuelo, como único modo posible de sostener la vida y con los ojos más abiertos que nunca, en lo impronunciable y lo imposible de obviar.

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