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Alfredo R. Placencia

 

El libro de dios

​

Aquí sí que no puedo
nada, si no es temblándome la mano.
Tu nombre es inefable y soberano;
tu nombre causa devoción y miedo,
y, no puedo, no puedo.
¿Cómo voy a poder…? Soy un gusano.

Déjame antes llorar, eso es muy mío.
Deja que piense en Ti y en Ti me abrase.
Aguarda a que me pase
esta ola de frío
y luego escribiré, si es que ya puedo,
tu libro este, que me causa miedo.

Mientras anda la noche y todo duerme,
me sentaré a raíz, sobre la tierra,
dando tiempo a tu amor de que me enferme.
Así voy a ponerme,
y el dique romperé, que el llanto encierra,
y, en seguida vendré a desmorecerme.

Los misterios del llanto son los mismos
que los solemnes del Amor. El llanto
sabe salvar o ciega los abismos,
tal como aquél, y sana y melifica.
El Amor puede tanto,
que a un tiempo lava y cura y deifica.

Así lo voy a hacer, por ver si puedo
con este Libro que me causa miedo.
Me sentaré a raíz, sobre la tierra,
mientras la vida calla y la luz duerme,
y el dique romperé, que el llanto encierra.
Voy a desmorecerme
y a sentarme en la tierra.
Tan sólo aguardo que tu amor me enferme.

​

No es por lo que en él dice el padre Plascencia que me gusta tanto leer este poema. Si atiendo exclusivamente a "lo que dice" no puedo ignorar que la opción por el llanto no me cae bien, ni el ver a la divinidad a través del miedo (salvo que sea el miedo a lo incalculable, lo impensable, lo que a uno lo excede. ¿será eso?) y a la aspiración de que el amor enferme la miro con cautela, dudando mucho acerca de a qué se refiere ese "enfermarse". Pero no es eso lo que, al entrar en la experiencia de la lectura, me gana, sino la actitud, sostenida por una afiatadísima construcción sonora y la pericia para sostener el tono más adecuado. Propia de mucha de la mejor poesía religiosa, es una actitud de apertura y entrega que implica dejar atrás lo más mezquino y tiránico de uno mismo, una disposición a que lo más cercano a la ternura se active, un despojamiento de miserabilidades y soberbias. Hay algo de descanso, de un muy profundo descanso, en ese entregarse, y de vaciamiento. Después, vaciado, se podrá volver a actitudes más "habituales" o "civilizadas", con otro ánimo, o un animo de más calidad.

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