En el último cuadro de Edward Hopper
hay un cuarto vacío.
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Salvo por dos paredes, bañadas por un sol
invisible que asoma desde una
ventana que sugiere el borroso follaje
de un árbol más borroso todavía.
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Las paredes comparten
una esquina de sombra.
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En ese cuadro,
las personas no tardan en venir. Están
por arrojar los sobres de la correspondencia
bajo la puerta, están
por tintinear las llaves
en un bolsillo, están
por hacer la mudanza
o clausurar la casa.
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De un momento a otro.
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Pero nada se oye, ni las ramas
del árbol que golpea los cristales
de la ventana, el viento
que agita las ramas.
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Lo inminente
es la conjetura
de lo que pasa ahora, sin nosotros:
los que, parados fuera o dentro de la casa,
dudamos un momento en entrar o salir
nuevamente, por si olvidamos algo
en un lugar que no se nos olvida.
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Estamos con las llaves
en la mano, mirando hacia el vacío. Estamos
inmóviles, de pie, frente a la puerta
que volveremos
a abrir para cerrar de un momento a otro.
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"Espesor existencial": algo así, o "temblor existencial". Una afortunada incertidumbre, que anima la escena, la llena de movimiento. La inteligencia y la imaginación puestas a trabajar o a jugar tan gozosa como responsablemente, para que el momento que se vive en la lectura sea vivido en todas sus dimensiones, para que sea habitado y asumido. Una escritura extremadamente precisa, cautelosa, sagaz, dispone lo observado, lo pensado y lo conjeturado sin indicaciones ni juicios tácitos ni explícitos, sin resaltar nada: que sea el alma lectora, puesta a hacer lo suyo, la que descubra por su propia cuenta, disfrute, se reconozca en ese hacer. "Sol en un cuarto vacío": el poema que, a partir de un cuadro de Edward Hopper, supo descubrir o concretar Hernán Bravo Varela