César Vallejo
Un hombre pasa con un pan al hombro
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Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?
Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?
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¿Ahora, con lo que está pasando, escribir o leer poesía? Cuando se viene lo que se viene, ¿llorar en el teatro? Desde siempre, el interrogante acosa y "Un hombre pasa con el pan al hombro" fue visto como un mea culpa o un cuestionamiento radical a las inquietudes "culturales", su carácter excedentario y distractivo u ocultatorio en la sucesión de pequeños o grandes apocalipsis que el estar concretamente en el mundo, en cuerpo y alma, nos plantea. Que, aun poniendo en palabras lo que en el poema puso, Vallejo no dejó de escribir, lo sabemos, ni de innovar en el tropo y la metáfora, pero, aunque lo hubiera hecho, ya el solo decirlo en un poema hace que el cuestionamiento, insoslayable como es, potencie la existencia poética del texto en vez de abolirla. No solamente, pero muy en especial, porque el poema no da respuesta, deja abierta las preguntas, en perpetuo juego con las observaciones que las suscitan, no cierra nada, no afirma, no resuelve: ahí se quedan, observándose, inquietándose, inquietándonos. Hablar de Picasso y de psicoanálisis y leer a Breton, aunque lo que está ahí no se vaya ni lo ignoremos, pero haciéndonos cargo de eso, que está ahí. Hablar, si hace falta, del no-yó, y no hacerlo sin a la vez dar, de alguna forma, un grito. Y todo lo que el retumbo de ese grito le pide a uno hacer, además de poemas.