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Alberto Cisnero

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14-

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escuchamos la marcha de los trenes

que se alejan de la ciudad bajo el último fulgor

dorado de la tarde. muevo mi mano en su pelo

en la oscuridad de la galería. cualquiera de esas

cosas pueden ser verdad. buscamos un calor

que no sea el propio. una ventana detrás

de la cual sentirnos seguros. y una vez ahí

saber que ya no volveremos a otros sitios.

entonces lo recordás, entonces empieza

realmente. ahora solo se oye un crujido.

quizá sea el viento, el río, un primer

traslado. habrá que nombrar todo de nuevo.

 

escuchamos la marcha de los trenes/ que se alejan de la ciudad bajo el último fulgor/ dorado de la tarde. muevo mi mano en su pelo/ en la oscuridad de la galería. cualquiera de esas/ cosas pueden ser verdad. buscamos un calor/ que no sea el propio. una ventana detrás/ de la cual sentirnos seguros. y una vez ahí/ saber que ya no volveremos a otros sitios./ entonces lo recordás, entonces empieza/ realmente. ahora solo se oye un crujido./ quizá sea el viento, el río, un primer/ traslado. habrá que nombrar todo de nuevo.

"escuchamos la marcha de los trenes": algo se le desata y se le mueve a uno en la memoria y la imaginación, más aun después, cuando lee uno que esos trenes "se alejan de la ciudad bajo el último fulgor/ dorado de la tarde". ¿No queda algo titilando, vibrando? Para pasar luego a la mano moviéndose en el pelo de alguien en la oscuridad de la galería. Y un pensamiento irrumpe ahí, tan verdadero y vivo como las imágenes ("cualquiera de esas cosas pueden ser verdad"), tratando de reconocerse y reconocer el momento, la situación, el conglomerado de tiempo y cosas en el que a alguien le toca estar, para que luego imágenes y tramos de pensamiento vayan sucediéndose hasta llegar al preciso acorde final: "habrá que nombrar todo de nuevo". Uno siente algo del placer que da el montaje cinematográfico en la manera en que se suceden imágenes y pensamientos (¿hasta dónde la imagen no es también pensamiento y viceversa?), el disfrute de una música de momentos mentales. Cada momento es lo que es, dice lo que dice, pero también carga o hace resonar algo más, connota, afecta más allá de su significación más reconocible, toca el alma. Algo del arte surrealista de la asociación aparentemente incoherente de lo discontinuo, según una lógica parecida a la del sueño o la corriente de conciencia, reaparece cada tanto en la poesía actual, se frega en los que se entusiasmaron declarando difunta esa posibilidad: el latido de lo vivo y realmente presente y la aceptación de "lo que no encaja". A nada es tan ajena la poesía de Alberto Cisnero como a las visiones seguras del mundo, incluida sobre todo la mayor de las seguridades: la indiferencia.

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