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LA RESISTENCIA DE LOS MATERIALES *
Por Nicolás Rosa

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* Acerca de Lo espeso real (1996), publicado en Diario de Poesía nº 42, Invierno de 1997.

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¿Cómo enunciar lo real? Analizar lo real, lo real y sus muestras en la vida de todos los días es imposible. Lo real quizá pueda ser predicable -la predicación de lo real en esta poesía es su energía mayor- pero no puede ser demostrable. Sólo puede ser señalado, indicado, mostrado de soslayo. La predicación de lo real -la predicación de la materia en su faz religiosa- no es un predicado de la sustancia adjetiva sino una predicación de la substancia insólita de lo real absoluto, aquello que está allí y que nos provoca, nos incita, pero que siempre se nos escapa. La predicación de lo real en Freidemberg es una manifestación quasi-mística y derivable. La enumeración de lo real no es una categorización sino una esencialidad desmedrada, fuera de sí, la convocatoria de una supuesta erección de lo real como realidad, con el intento de inmortalizar el mundo en sus menudas apariciones, en la brillantez momentánea del detalle, en lo ínfimo de sus recatadas sorpresas, por ejemplo, la nitidez de una naranja al sol. Lo nítido no es la transparencia sino la fijeza de un rayo vivo del sol que simultáneamente hace que las cosas sean, pero, como en la luz incandescente, desaparezcan, la nitidez de la naranja -monda y lironda- es detalle pictórico -la naturaleza muerta, pongamos por caso, Cézanne- pero al mismo tiempo la suspensión de la certidumbre de la esencia de la naranja. La enumeración de las cualidades del mundo es también una manera de sostenerlo en su propia evaporación, ordenar el caos -tarea altamente poética- es convocarlo para su propia mostración, pero también para exorcizarlo. En la poesía argentina actual, los poetas que enumeran la realidad, despojados de la pasión subjetiva, aquellos que están fijados en los objetos como cosa pura cosa, son, para decirlo de alguna manera, alucinados: Padeletti, el malvón o la espléndida retama, Ortiz, los senderos iluminados del agua, la vetusta piedra arcóntica de Aldo Oliva o lo real inédito por pura saturación de cotidiano en García Helder. En Freidemberg, la cosa atravesada por el rayo de luz impide decir si la cosa existe previamente a la luz o sólo por la luz existe, lo propone como un poeta de la brevedad metafísica de lo real, una filosofía de la realidad no tanto fenomenológica, sino de un despojamiento, filosófico de la materia. Los enunciados denotativos (qué otra cosa decir) y descriptivos postulan un natural inalterable pero rebelde en el decir de la poesía, vuelven las citas y las menciones de la materia indivisible, fuera de toda partición, de todo desmembramiento, de toda incisión que tarde o temprano provocará una estimación que la hará confiable frente a las destrezas de la urdimbre ciudadana, del cuidado humano.
Urdir palabras es tarea de poetas pero también de falseadores, como las estratagemas de los estrategas o como la superchería de lo real. Alienarse en la materia, ser uno mismo la materia que se denuncia en los poemas, es restituirse a la confiabilidad de la piedra sin escándalo, a la fosilización sin estremecimientos, a la dura eficacia de lo que yace, pero tarde o temprano, la urdimbre humana provocará siempre un desplazamiento, una sombra, o quizá un destello, un atributo -y la calificación adjetiva es siempre incómoda para la sustancia, la hace andar, moverse, proliferar, y la proliferación se afirma. ¿Pero si el fondo de la materia -y es una manera de decir- atribulada por las inflexiones de la poesía es la inexplicable y sólida madera de la materia? ¿Si las inconfortables y necias palabras no comprometieran su competencia con lo real sino con la futileza de toda enunciación, si tomamos como término de comparación el dolor o el amor? Un poema espléndido en su rotunda andadura: "Perlado" se engasta el "brillo real" como contundencia en la breve fugacidad de las horas de los días: una, el naufragio del beatus ille en la patencia oscura del espasmo de la incontrovertibilidad de la fugacidad de la luz. Y otra, el agradecimiento por el modo en que la luz llega y reposa en la ventana.
Hay dos sorpresas para el lector en la poesía de Freidemberg, si la leemos, y la leemos atentamente. Los poemas, en la segunda parte, son producto de una visión. No visiones exaltadas ni visiones de visionarios, ni visiones trascendentales, ni visiones mesméricas, ni ectoplasmáticas, ni visiones del delirio pictórico. Son visiones elegíacas, fuera del contexto actual de la poesía argentina. Son visiones de un ojo y de una mirada: el ojo lee benjaminianamente poemas viejos, viejos poemas "de ángeles de dos ángeles", bicéfalos, desangelados en el aura diluida de un borrón fotográfico, como reflejo inaudito, sin palabras ni vocinglerías, de las cosas que son las cosas. Pero la negación del ángel, destierro del héroe volador, muerte del albatros baudeleriano, fuera de la poesía, vuelve al orden de las cosas, al poema como libro abierto y recipiendario de toda una tradición que no aparece como transacción de metáforas, de imágenes o enunciados, sino como el asiento de un alojamiento de ráfagas de poesía, de recuerdos de poemas, intersección avara de recursos incipientes que asoman y luego desaparecen, que vuelven a aparecer para desaparecer en un ritmo de música de lied. La visión del espesor poético, en el almacén de las cosas desusadas, gastadas por el olvido, cubiertas de polvo, donde yacen abandonadas las preciosidades ínfimas de la poesía, gesto funambulesco pero también extremo, recuerdo de recuerdos, ¿de la infancia?, que sobrevuela las imágenes y los contornos de los poemas: atisbamos los "rumores" de la poesía. 
Hay tres palabras: rincón, arpa, polvo, que organizan, como todos presumimos, un exordio y un cenotafio poético. ¿Dónde, en qué sombras se oculta el arpa cubierta de todo el polvo del mundo, de todo el olvido de todos los hombres, en qué resquicio de la memoria poética puede sobrevivir -osadamente- el poema, en qué receptáculo, humilde para la ofrenda, sino en el banquito pintado de azul? La tradición, el recuerdo de la tradición se desplaza y ahora mira y recuerda en el olvido que funda la memoria, el banquito pintado de azul, sobremesa de las escrituras, y reposo de las lecturas. Poeta arriesgado, poesía definitiva.
La interrogación callada, despojada o retórica, la demanda soslayada, se enfrenta a lo real. Y por supuesto, lo real no responde. Esa es su verdadera ciencia: el silencio llano de lo real. No hay cuestiones, no hay interrogación, aunque insistamos, aunque la poesía insista, para obtener una tenue hilacha de lo real. Lo real no responde. La cosa, pliegue o cucaracha, desliz o tránsito, o la enunciación de la "mosca", animal del zoológico miniaturista de Padeletti, palabra que remeda la cosa silente o cosa que mancha la palabra, está allí -furtiva- sin ser más que puro ancestro de la tierra. Mosca o cucaracha nada responderá. Y si vuelan, o desaparecen en las vueltas negligentes o efímeras, su gusto, sin pudor, su molestia de antena de pelambre, nos dará repugnancia: la palabra por la mosca, "oscura, intratable". Literalmente cucarachas, someramente sin adjetivos moscas, algo vuela más allá de ellas, algo que las entorna, y las conduce hacia nuevos derroteros, nuevos diccionarios: la prueba de la bala es el agujero en la pared. Si la prueba de efecto es la muerte, la prueba de la muerte es el silencio de la poesía. Marchando en el río del tiempo, los ángeles se transforman en cuervos, los amores en odio, los heridores en carniceros, los habladores en charlatanes, los objetos en cosas, la inteligencia cenicienta de la luz en el modo obtuso de las cosas: la materia tiembla y al temblar simula una agitación histórica de marcas de la vida, la resaca de viejas combustiones. Si la poesía se pregunta por lo real y lo real no responde, si la imagen se pregunta por la idea que está detrás, y si la metáfora desnudándose despliega la cosa hurtada por las palabras, es porque lo que está detrás, el atrás de lo más atrás, es el fondo oscuro de los motores del mundo, es aquello que de la cosa humana no queremos mencionar: el instinto, la célula animal de esta poesía. Tolerar el odio, no admitirlo, observar cómo se "dispersa la verdad", pero no aprobarlo, es tarea de poetas de la inteligencia. Pero Freidemberg sabe que la inteligencia es un valor precario y se sostiene, enfrentando todos los peligros, en el sentimiento, y, por decirlo claramente, en el amor. Cosa curiosa, en la poesía argentina, el amor ha desaparecido reemplazado por la industria del verso, de la versificación, o por los ciegos torrentes del desafío, o por los atemperados sentimientos del terruño, del lar, de la huella y de los senderos pueblerinos o por los entretelones de la subjetividad. Pero no nos equivoquemos, entre Neruda y Girondo, Freidemberg opaca todo neo-romanticismo y toda retro-vanguardia, para quedarse a solas con la mujer como objeto de vida, como un transeúnte que pasa y al pasar deja estelas, sombras de itinerarios, mujer entrevista entre las cosas del mundo, no un objeto sino una objeto entre otros objetos.
La causa material es la única causa que origina la cosa ¿Cómo escribir el lado fácil de las palabras? No es fácil. Entintadas desde siempre -no sabría decir desde cuándo-, las palabras son siempre pertinentes y falaces. Decir la palabra poética en estos tiempos y en estas altitudes, es siempre un riesgo. Decir la palabra limpia de atributos, como verdadera cosa, como verdad de las cosas, es imposible. Pero cuando Freidemberg se solaza en decirnos la causa eficiente de su poesía, su materia de fondo, como materia de la causa de sus dolores y agonías, la cosa pétrea se convierte en causa natural. Las transformaciones -sutiles- de esta poesía no son subsidiarias de un gesto racional ni de una causa pasional, son una flexión sobre las cosas, una verdadera física de la resistencia de los materiales. Los títulos de cada uno de los poemas pueden ser leídos como una continuidad vertical pero también como una extensión horizontal, generando nuevos versos, nuevos poemas, en lo alto de la página. Poesía de altura, decíamos, sin juegos malabares más que los que dicta el corazón, métrica cruda de los sentimientos. Creemos que sería banal hacer la genealogía de estas reticencias y de estas anexiones -el poeta la hace al final con un "postfacio" que presume el "prefacio" que imaginó el lector. Allí está lo oscuro real del comienzo, lo inefable real, lo indecible real, lo innominado real, el atractivo ceniciento del fondo de las cosas, lo real sin figuraciones, lo real sin lectura posible, lo sólido real del tormento pero lo real indecible del dulzor, lo real inenarrable de Saer, mirando conjuntamente, las marcas que dejó lo real en el tiempo. Lo propio de la materia es resistir.

                                                             

 

 

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